Mientras los focos de atención iluminan la crisis de la deuda soberana europea, Estados Unidos ha intentado entre bambalinas establecer una senda fiscal que asegure la sostenibilidad de su deuda pública. Aunque los actores del drama son los mismos a ambos lados del Atlántico, el elevado déficit y la ratio de endeudamiento, la apuesta por el crecimiento en Estados Unidos escenifica una estrategia bien diferente al paradigma de austeridad imperante en el viejo continente. La fuerza del guión europeo ha logrado que, de momento, la trama estadounidense haya quedado en un segundo plano. Esta, sin embargo, pronto podría ganar audiencia.
Estados Unidos clausuró 2011 con un déficit próximo al 10% y una deuda que se acerca peligrosamente al 100% del PIB, según estimaciones del FMI. En el otro extremo, Alemania intenta reducir suavemente su deuda cercana al 83% a pesar de contar con un déficit estimado del 1,7%. Mientras, en España, el Gobierno actual justifica los programas de ajuste tras estimar el déficit de 2011 cerca del 8% y la deuda alrededor del 70% del PIB.

El libreto estadounidense busca utilizar la deuda para articular una política expansiva con la que volver a la senda del crecimiento. Este crecimiento permitiría pagar los intereses futuros de la deuda. En Europa la estrategia es la contraria, reducir el déficit y controlar la deuda, para que la economía, una vez libre de cargas, vuelva a crecer.
 De momento los mercados premian la puesta en escena estadounidense, y en 2012 el consenso de analistas espera que Estados Unidos crezca cerca del 1,8%, mientras que la eurozona entrará en recesión (estiman una caída del 0,3%). Para los inversores, Estados Unidos se ha convertido en un valor refugio, ya que desde el inicio de la crisis la rentabilidad, los bonos estadounidenses, ha caído hasta mínimos históricos llegando incluso a pagar tasas negativas. Junto con la inundación de liquidez realizada por la Reserva Federal, la incertidumbre global ha actuado como un bálsamo sobre las cuentas públicas estadounidenses.
  A diferencia de los países de la zona del euro cuya solvencia se está viendo cuestionada (Grecia, Portugal, Irlanda, etc.), Estados Unidos goza de credibilidad política para ajustar las cuentas públicas cuando sea necesario y, de momento, pocos dudan de su capacidad de crecimiento, basándose en su mayor dinamismo y flexibilidad. Aunque en ambos frentes su posición se está debilitando.
  Por un lado, el crecimiento potencial de Estados Unidos puede haber sido dañado. Tanto el estallido de la burbuja inmobiliaria, el desapalancamiento de la economía, como el menor gasto en infraestructuras, que eventualmente deberá afrontar el país fruto precisamente de la reducción del déficit, afectarán negativamente a su capacidad de crecimiento. De hecho, la Oficina de Presupuesto del Congreso, organismo gubernamental que provee al Congreso de información presupuestaria objetiva, sitúa el crecimiento estadounidense a partir de 2016 en torno al 2,5%. Una cifra inferior a la tasa de crecimiento de los últimos 30 años, del 3,0% concretamente.
Por el otro lado, a medida que pasa el tiempo Estados Unidos acota su margen para ajustar las cuentas públicas. En 2010, una Comisión del Congreso(1) ya alertó que «Estados Unidos se encuentra en una senda fiscal insostenible», y recomendó iniciar un fuerte ajuste para alcanzar un déficit público del 2,3% en 2015. La Oficina de Presupuesto del Congreso estimó que, en caso de seguir con la política fiscal actual, la deuda federal (que contabiliza casi el 70% de la deuda pública estadounidense y es legislada directamente por el Congreso) alcanzaría casi el 100% del PIB en 2020 y los intereses alcanzarían el billón de dólares en ese mismo año (equivalente al 4,1% del PIB de 2020).
 
Fuente: S.E. Lacaixa

 

 

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