El segundo parámetro que llama la atención del observador es la fragilidad de los equilibrios políticos nacionales: las sorpresas (desagradables) no han desaparecido y la volatilidad de la escena interior es sorprendente. Después de haber iniciado una serie de reformas, intentado modificar las reglas del juego y ampliar los reclutamientos políticos
después de las manifestaciones de verano de 1997 y primavera de 1998, los estados se enfrentaron a resistencias espontáneas u organizadas que, a veces, acabaron con los que tenían mejores intenciones. La situación en Tailandia es en este aspecto preocupante, ya que los avances constitucionales llevados a cabo en noviembre de 1997 fueron revocados por el ex primer ministro Thaksin Shinawatra (2001-2006), derrocado en septiembre de 2006 antes de que sus tenientes generales volvieran al poder después de las elecciones de diciembre de 2007. A diferencia de las “tres décadas gloriosas” (1967- 1997), que pudieron materializarse gracias a la estabilidad “forzada” de los regímenes autoritarios, la incertidumbre está al orden del día y aplaza el retorno de la confianza, sobre todo por parte de los socios occidentales. La modernidad política es todavía un objetivo a largo plazo en la zona.
El tercer parámetro estructural es la (re)aparición de las divisiones y el comunitarismo. Mientras que durante las “tres décadas gloriosas”, el horizonte de esperanza prometedor permitía borrar las diferencias para construir naciones “modernas”, hoy las sociedades parecen tener dificultades para proyectarse conjuntamente en un futuro nacional; las características distintivas (étnicas, religiosas…) vuelven a ser prioritarias
En todas partes, desde Tailandia a Timor-Leste, aumenta la presión sobre las uniones que mantienen cohesionada a la sociedad hasta llevarlas a un punto cercano a la ruptura.
Además, la instrumentalización con fines ideológicos de estas tensiones (sobre todo referente a la manipulación” de los grupos musulmanes integristas por esferas de influencias radicales mundiales) plantea un problema político y de seguridad mayor.
Esta lista de parámetros, no muy exhaustiva, nos recuerda la volatilidad de esta situación, diez años después de los disturbios que azotaron la región: indica la incapacidad del Sudeste Asiatico para proyectarse de nuevo hacia el futuro y estructurarse en consecuencia. La crisis ha mostrado verdaderas debilidades que no han sido tratadas con la seriedad y perseverancia necesarias. En estas condiciones, el Sudeste Asiático navega entre el progreso y la inquietud



