A lo largo de la crisis, la confusión entre las causas próximas y los determinantes últimos de la situación que vive la eurozona, la presión de los mercados financieros y las dificultades políticas que comporta afrontar los problemas de fondo han hecho que el grueso de la atención de los dirigentes políticos se haya centra-do en las cuestiones más urgentes. Cuando termina 2011, la UEM tiene esencialmente tres problemas acuciantes generados por la crisis.
El primero es llegar a un acuerdo para el re-parto entre las distintas partes implicadas de los costes de la crisis: de las pérdidas acumuladas en la enorme burbuja de deuda generada en los años de expansión. Los excesos de financiación del centro a la periferia, tanto en el sector público como en el privado, se han traducido en cuantiosas inversiones desafortunadas, y mucha financiación de gasto poco productivo, con errores cometidos tanto por el prestatario como por el prestamista.
El proceso de desendeudamiento que viven algunos países de la zona euro no es más que un reflejo del pinchazo gradual de la burbuja de deuda. Y en el camino, la insolvencia de entidades financieras, empresas en general e incluso países, exige un complejo acuerdo para el reparto de los quebrantos que dichas insolvencias comportan. Los actores en juego son esencialmente tres: las entidades financieras, los países periféricos afectados –en especial Grecia–, y los contribuyentes del conjunto de la UEM y, en especial, de los países del centro.
El segundo gran problema de la zona euro es la situación de práctico colapso de la financiación mayorista de la banca europea.
Los balances de la banca europea se expandieron notablemente con antelación a la crisis financiera internacional de 2007- 2009, a través de un apalancamiento elevado y un acceso muy significativo a la financiación mayorista. El estallido de la crisis de deuda soberana ha encontrado a las entidades aún muy apalancadas dado que la contracción gradual de la deuda privada había sido en parte compensa-da por la expansión de la deuda pública que ha sido financiada en gran medida por el sector bancario.
Finalmente, la tercera cuestión urgente que debe afrontar la eurozona en el momento actual es cómo volver a generar crecimiento económico, en un marco en el que muchos de los países de la UEM necesitan llevar a cabo un proceso de consolidación de sus cuentas públicas.
Como es bien sabido, los problemas de deuda se agravan si el entorno económico es de estancamiento o deflación, por lo que la UEM tiene ante sí el gran reto de expandir el producto interior bruto de la zona al tiempo que reduce su déficit fiscal, en especial en los países de la periferia.
La presión de estos problemas urgentes no debiera, de todos modos, desviar el foco de atención de los líderes políticos europeos de los problemas de fondo, los que son verdaderamente importantes y determinarán la viabilidad a medio y largo plazo de la zona euro.
Las cuestiones de fondo, como hemos visto, se centran en el diseño institucional de la UEM y exigen acuerdos políticos al máximo nivel, refrendados democráticamente por los ciudadanos de los países europeos. Este es un paso imprescindible para afrontar con garantías una nueva fase, más estable, de la moneda única.
Dichos acuerdos, complejos en el seno de una Unión Europea de 27 países que ya tuvo serias dificultades para la aprobación de las últimas reformas de los Tratados de la Unión, son sin embargo, ineludibles y debieran formar parte prioritaria de la resolución de la crisis en el momento actual. Es cierto que es urgente devolver la confianza a los mercados financieros resolviendo la cuestión griega y blindando al resto de la Eurozona, restablecer el flujo de financiación a los bancos y relanzar el crecimiento en Europa.